El Túnel de las Almas Perdidas: Un Viaje al Corazón de las Sombras
La leyenda del Túnel de las Almas Perdidas se cuenta en susurros entre los habitantes de Loja. Nadie sabe exactamente cuándo comenzó la maldición, pero todos concuerdan en una cosa: aquellos que se atreven a atravesar el túnel a la medianoche nunca regresan iguales. A lo largo de los años, se han escuchado los lamentos de los desafortunados que han sido atrapados por las sombras, aquellos que han caído presa de las almas perdidas que vagan en su interior.
Adrián, un joven lojano, era un escéptico. A diferencia de sus amigos, no creía en fantasmas ni en maldiciones. Para él, las historias del túnel eran solo cuentos exagerados que la gente repetía por costumbre. Sin embargo, había algo en esa noche que le inquietaba, aunque no lo admitiría. Cuando se acercó al túnel, bajo la luz de la luna llena, una neblina espesa rodeaba la entrada. Parecía viva, casi palpitante, como si fuera un guardián esperando la llegada de su próxima víctima.
Apenas puso un pie en el túnel, el ambiente cambió. El aire se volvió denso, difícil de respirar, y un silencio sepulcral lo rodeó. Los ecos de sus pasos rebotaban en las paredes de piedra, pero algo no estaba bien. Los ecos parecían tener vida propia, como si hubiera alguien más caminando junto a él, aunque sabía que estaba solo. O, al menos, eso creía.
Cada paso lo adentraba más en la oscuridad. Las paredes húmedas y frías del túnel se cerraban sobre él, y pronto, sus propios pensamientos comenzaron a traicionarlo. ¿Había escuchado un susurro? No podía estar seguro. Aceleró el paso, pero los susurros parecían aumentar. Ya no eran sonidos lejanos; ahora eran voces claras, palabras incomprensibles que lo rodeaban, que lo llamaban. Fue entonces cuando las sombras empezaron a moverse.
Las leyendas contaban que aquellos que morían en el túnel no encontraban descanso. Sus almas quedaban atrapadas, condenadas a vagar por la eternidad, esperando nuevas víctimas para unirse a su destino. Y Adrián, en ese momento, comprendió que ya no estaba solo. Las sombras no eran simples juegos de luz. Eran algo más, algo vivo, algo que se extendía lentamente hacia él.
Con el corazón latiendo en su pecho, el pánico se apoderó de Adrián. Las sombras tomaban forma, alargadas y distorsionadas, como manos que intentaban atraparlo. Sin pensarlo dos veces, comenzó a correr. El túnel parecía interminable. Por momentos, sus piernas no respondían como deberían. El miedo lo estaba paralizando, y las sombras se acercaban.
Finalmente, tropezó. Al caer, levantó la mirada y allí estaba. Una figura colgaba en la oscuridad. Era un joven, con la cabeza ladeada y los ojos vacíos. No había vida en su cuerpo, pero algo en su expresión parecía estar esperando, como si estuviera allí para advertirle de algo. «Ellos te llevarán… como lo hicieron conmigo», susurró el viento. Aunque nadie habló, Adrián sintió las palabras resonar en su mente.
Los fantasmas, esas almas condenadas, comenzaron a rodearlo. Flotaban a su alrededor, sus cuerpos torcidos por el sufrimiento, sus rostros deformados por la agonía. Eran los que no lograron escapar. Eran los que cayeron en la maldición del túnel, atrapados por la misma oscuridad que ahora lo perseguía.
Adrián, en medio de su terror, recordó las historias que había escuchado de niño. Solo había una forma de salir: llegar al final del túnel antes de que las sombras te atraparan. Con cada grito que escuchaba, con cada fantasma que lo acechaba, se levantó y corrió como nunca antes lo había hecho. Podía sentir el aliento frío de los muertos en su nuca, susurros que lo incitaban a rendirse, a unirse a ellos en la oscuridad eterna.
A lo lejos, vio la luz de la salida. Pequeña, distante, pero ahí estaba. Sabía que debía llegar, pero las sombras estaban tan cerca que casi podía sentirlas. Sus piernas se sentían pesadas, como si estuvieran siendo arrastradas por una fuerza invisible, pero no podía detenerse. Cada paso era una lucha entre la vida y la muerte.
En el último momento, cuando las sombras casi lo alcanzaban, Adrián cruzó el umbral. La luz de la luna lo envolvió, y por un breve instante, pensó que todo había terminado. Pero, al mirar hacia atrás, vio las sombras detenerse justo en la entrada del túnel. Sabía que había escapado, pero algo en su interior le decía que el túnel no lo dejaría ir tan fácilmente.
Adrián sobrevivió, pero nunca volvió a ser el mismo. Las almas perdidas del túnel se habían quedado con una parte de él, y en las noches más oscuras, podía escuchar susurros en el viento, recordándole que su escape había sido solo temporal. El túnel, con sus almas condenadas, siempre estaría esperando, buscando su próxima víctima.



